Para que una ley esté vigente en un determinado país, la ley ha de poder ser conocida por todos los ciudadanos que estarán obligados a seguirla.

Si las leyes fuesen secretas ocurriría algo parecido a lo que pasaría si no hubiese un poder incomparablemente mayor a cualquier otro respaldando las leyes: nadie sabría qué hacer porque nadie sabría exactamente qué está permitido, qué está prohibido y qué es obligatorio. Por eso, es completamente absurda la idea de que las leyes sean secretas. Para evitarlo, todas las leyes han de ser publicadas de modo que todos los ciudadanos conozcan cuáles son las leyes vigentes en cada lugar y en cada momento. Una ley sólo comienza a ser obligatoria para todos los ciudadanos de un país desde el momento en que esa ley se hace pública, y nadie está obligado a obedecer leyes si no puede saber en qué consisten. Esto tiene como consecuencia que las leyes no pueden ser retroactivas, es decir, que sólo son válidas para todo el tiempo futuro a partir del momento en que son promulgadas, pero no valen para todos los momentos pasados respecto a su publicación.

Pero hay ocasiones en las que alguien lleva a cabo una acción claramente injusta pero que no estaba prevista en las leyes y hace que todo el mundo se dé cuenta de que era necesaria una nueva ley que tipificase como prohibida esa acción. Ante una laguna legal así, puede surgir la tentación de juzgar la acción cometida según la nueva ley que ha sido promulgada después de que se llevasen a cabo los hechos, pues se pensará que esa acción era tan claramente injusta que no puede quedar sin castigo. Pero si se cayese en esta tentación, ya no estarían gobernando las leyes concretas del país, pues todos los ciudadanos podrían temer que en el futuro cambiasen las leyes y guiarían sus acciones no según las leyes actuales, sino según los cambios legales que ellos se pudiesen imaginar que podría haber en el futuro. Y como el futuro es algo bastante impredecible, todos los ciudadanos se encontrarían en una situación de enorme inseguridad jurídica. Por eso, aunque el sentido de la justicia que todos tenemos puede hacer que a veces queramos aplicar las leyes retroactivamente, es necesario resistir esta tentación si queremos que de verdad haya un gobierno de las leyes.

(Grupo Pandora. Filosofía y Ciudadanía. 1º de bachillerato. Editorial Akal. Madrid. 2011)